miércoles, 8 de enero de 2014

Tranquilícense, soy yo; no teman.

Lecturas del Jueves 9-1-2014 

SANTORAL: San Adrián, Abad de Canterbury

Lectura de la primera carta del apóstol san Juan 4, 11-18

 Queridos míos, si Dios nos amó tanto, también nosotros debemos amarnos los unos a los otros. Nadie ha visto nunca a Dios: si nos amamos los unos a los otros, Dios permanece en nosotros y el amor de Dios ha llegado a su plenitud en nosotros. 
 La señal de que permanecemos en él y él permanece en nosotros, es que nos ha comunicado su Espíritu. Y nosotros hemos visto y atestiguamos que el Padre envió al Hijo como Salvador del mundo. 
 El que confiesa que Jesús es el Hijo de Dios, permanece en Dios, y Dios permanece en él. 
 Nosotros hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él. 
 Dios es amor, y el que permanece en el amor permanece en Dios, y Dios permanece en él. 
 La señal de que el amor ha llegado a su plenitud en nosotros, está en que tenemos plena confianza ante el día del Juicio, porque ya en este mundo somos semejantes a él. 
 En el amor no hay lugar para el temor: al contrario, el amor perfecto elimina el temor, porque el temor supone un castigo, y el que teme no ha llegado a la plenitud del amor.

Palabra de Dios.


SALMO Sal 71, 1-2. 10-11. 12-13 (R.: cf. 11)

R. Que se postren ante ti, Señor,
 todos los pueblos de la tierra.

 Concede, Señor, tu justicia al rey 
 y tu rectitud al descendiente de reyes, 
 para que gobierne a tu pueblo con justicia 
 y a tus pobres con rectitud.  R.

 Que los reyes de Tarsis y de las costas lejanas 
 le paguen tributo. 
 Que los reyes de Arabia y de Sebá 
 le traigan regalos;
 que todos los reyes le rindan homenaje 
 y lo sirvan todas las naciones.  R.

 Porque él librará al pobre que suplica 
 y al humilde que está desamparado. 
 Tendrá compasión del débil y del pobre, 
 y salvará la vida de los indigentes.  R.

 X Lectura del santo Evangelio según san Marcos 6, 45-52

 Después que los cinco mil hombres se saciaron, en seguida, Jesús obligó a sus discípulos a que subieran a la barca y lo precedieran en la otra orilla, hacia Betsaida, mientras él despedía a la multitud. Una vez que los despidió, se retiró a la montaña para orar. 
 Al caer la tarde, la barca estaba en medio del mar y él permanecía solo en tierra. Al ver que remaban muy penosamente, porque tenían viento en contra, cerca de la madrugada fue hacia ellos caminando sobre el mar, e hizo como si pasara de largo. 
 Ellos, al verlo caminar sobre el mar, pensaron que era un fantasma y se pusieron a gritar, porque todos lo habían visto y estaban sobresaltados. Pero él les habló enseguida y les dijo: «Tranquilícense, soy yo; no teman.» Luego subió a la barca con ellos y el viento se calmó. 
 Así llegaron al colmo de su estupor, porque no habían comprendido el milagro de los panes y su mente estaba enceguecida.

Palabra del Señor.


stagduran
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